¿quién tiene miedo a la constitución feroz?
Parece que tras el cambio de gobierno en España se va a desbloquear la discusión sobre el proyecto de constitución europea. Como todo proyecto, puede (y debe, que ése es el deber de los ciudadanos) verse sometido a crítica. Lo más llamativo, sin embargo, es el hecho de que algunos personajillos se han venido oponiendo al hecho mismo de la existencia de tal constitución.
Atribuyen, sin duda, al término "constitución" poderes sobrenaturales, como el de crear un Estado allí donde hay actualmente veinticinco (bienvenidos, los nuevos), igual que vieron que una constitución demolía su régimen franquista, y olvidan una panoplia de consideraciones que deben ser tenidas en cuenta.
La primera debe ser, necesariamente, que una constitución no es más que un pedazo de papel donde se expresan los acuerdos a que llegan los pueblos (en el caso de las constituciones nacionales) o los Estados, en el caso de la proyectada constitución europea (que los gobiernos de los Estados tomen en consideración la opinión de sus pueblos es otra cosa, como se demostró en el 2003 con la participación española en la ocupación ilícita de Irak).
En segundo lugar, podemos recordar que "constitución" está definida en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) como "acción y efecto de constituir" (primera acepción de las ocho), y que los tratados que, en los años cincuenta, dieron origen a las comunidades europeas son, precisamente, "tratados constitutivos". Son, pues, la constitución de dichas comunidades. Tampoco hay que olvidar que la doctrina se ha referido repetidamente a la Carta de las Naciones Unidas como "la constitución de la sociedad internacional", aunque estas referencias sean de tipo oficioso.
Y es que, igual que el hábito no hace al monje, la constitución no hace al Estado. Con constitución o sin ella, la Unión Europea seguirá siendo lo que hoy es: una compleja estructura institucional cuyo andamiaje es una serie de tratados internacionales (incluida la constitución europea, si finalmente se aprueba) en los que son partes una serie de Estados. Eso sí, Estados que atribuyen a la Unión una serie de competencias que habían estado en su dominio. Pero eso viene sucediendo desde 1952.
La Unión Europea necesita un instrumento que ordene y dé coherencia a este entramado jurídico. Se llame constitución o Pepito Piscinas, bienvenido sea.
Atribuyen, sin duda, al término "constitución" poderes sobrenaturales, como el de crear un Estado allí donde hay actualmente veinticinco (bienvenidos, los nuevos), igual que vieron que una constitución demolía su régimen franquista, y olvidan una panoplia de consideraciones que deben ser tenidas en cuenta.
La primera debe ser, necesariamente, que una constitución no es más que un pedazo de papel donde se expresan los acuerdos a que llegan los pueblos (en el caso de las constituciones nacionales) o los Estados, en el caso de la proyectada constitución europea (que los gobiernos de los Estados tomen en consideración la opinión de sus pueblos es otra cosa, como se demostró en el 2003 con la participación española en la ocupación ilícita de Irak).
En segundo lugar, podemos recordar que "constitución" está definida en el DRAE (Diccionario de la Real Academia Española) como "acción y efecto de constituir" (primera acepción de las ocho), y que los tratados que, en los años cincuenta, dieron origen a las comunidades europeas son, precisamente, "tratados constitutivos". Son, pues, la constitución de dichas comunidades. Tampoco hay que olvidar que la doctrina se ha referido repetidamente a la Carta de las Naciones Unidas como "la constitución de la sociedad internacional", aunque estas referencias sean de tipo oficioso.
Y es que, igual que el hábito no hace al monje, la constitución no hace al Estado. Con constitución o sin ella, la Unión Europea seguirá siendo lo que hoy es: una compleja estructura institucional cuyo andamiaje es una serie de tratados internacionales (incluida la constitución europea, si finalmente se aprueba) en los que son partes una serie de Estados. Eso sí, Estados que atribuyen a la Unión una serie de competencias que habían estado en su dominio. Pero eso viene sucediendo desde 1952.
La Unión Europea necesita un instrumento que ordene y dé coherencia a este entramado jurídico. Se llame constitución o Pepito Piscinas, bienvenido sea.