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filosofía desde el tocador

Huntington, el irreductible

Allá por 1993, el profesor de Harvard Samuel Huntington publicó su tesis del choque de civilizaciones en un artículo en Foreign Affairs, y luego en un libro donde desarrollaba sus ideas al respecto. La teoría del choque de civilizaciones, que dividía a la humanidad entera, a modo de placas tectónicas, en siete grandes civilizaciones que estaban condenadas a luchar entre ellas, fue inmediatamente sometida a crítica por los más lúcidos pensadores de la galaxia internacionalista, así como por otros mediocres, como el que suscribe. En resumidas cuentas, cabía decir que, de un lado, el paradigma propuesto por Huntington no servía para explicar las relaciones internacionales, puesto que partía de una simplificación excesiva de éstas (y, de hecho, los mapas de conflictos le quitan la razón de forma abrumadora). De otro, aun cuando admitamos la existencia (nunca en el grado en que Huntington hace) de dichos conflictos, éstos no son privativos de las relaciones internacionales, sino que están aún más presentes en el interior de las sociedades estatales (racismo, xenofobia).

El caso es que, como los salvajes hijos de puta que se dedicaron, hace dos años y medio, a estrellar aviones aquí y allá eran musulmanes, tanto don Samuel como muchos otros han visto en la tragedia del 11-S una muestra de la validez de esta teoría. Y uno se pregunta qué son, entonces, todos aquellos musulmanes (es decir, casi todos) para quienes el islam es una religión de paz y amor.

Pero ése es, ahora, otro tema. Hace dos meses, la revista Foreign Policy publicó un nuevo artículo del profesor Huntington, titulado The Hispanic Challenge, en el que advertía de la amenaza que para los Estados Unidos supone la inmigración masiva de personas cuya lengua materna es el español (o castellano, no entremos en esa polémica ahora). Como era previsible, el artículo ha provocado una enorme oleada de comentarios, de muy distinto signo, eso sí (el eterno Pat Buchanan tira de las orejas al académico por haberse dado tan tarde cuenta de la situación de acoso que viven los valores WASP), pero la mayoría de ellos pone de manifiesto que los datos en los que se basa Huntington no son reflejo de la realidad, y que las conclusiones a que llega son incoherentes con la historia de las diferentes oleadas de migraciones que han hecho de Estados Unidos el melting pot que muchos admiramos aunque, por supuesto, no estemos de acuerdo en muchas de sus decisiones o actuaciones.

La réplica de Huntington ha sido del tipo "es que con ustedes no se puede hablar"; una réplica, en fin, clásica en quien sabe que no tiene razón, o no quiere saberlo.

Por mi parte, baste con decir que no estaba de acuerdo con la mayor (la teoría del choque de civilizaciones), así que no puedo estar de acuerdo con ésta. Que Huntington, como tantos otros, no es consciente de la suerte que supone vivir en una sociedad donde grupos de diferente procedencia viven conjuntamente, compartiendo unos valores y conservando a la vez su propia identidad. Que este tipo de pronunciamientos sólo sirve para provocar, precisamente, ese choque de civilizaciones...

¿o es que es esto, precisamente, lo que quiere?

¿marxismo liberal o liberalismo marxista?

Durante la campaña electoral del pasado invierno en España, el Partido Popular vendió como su principal producto el excelente resultado de su política económica. Y, sin embargo, perdió las elecciones. Muchos, en el citado partido y en sus extensiones mediáticas, como Federico Jiménez Losantos (sí, ya lo sé... no puedo evitarlo), siguen sin ver la realidad: millones de ciudadanos no votaron con la cabeza puesta en el bolsillo, sino guiados por consideraciones de tipo político (en el más amplio sentido del término) y moral.

Atribuir a la economía y su evolución un poder sanador de toda carencia de otro tipo es error común en las dictaduras; y ese poder no debe serlo tanto cuando los pueblos, en cuanto tienen la oportunidad de elegir, huyen de ellas (con los votos o con los pies).

En su vilipendiado El fin de la historia y el último hombre (y hablo de memoria), Francis Fukuyama relaciona la caída de las dictaduras de la Europa del Este con el afán de reconocimiento de la personalidad civil de los ciudadanos, relacionando este afán con el thymos platónico. Quizá ese mismo afán de reconocimiento haya operado en las elecciones generales españolas.

La caída del "socialismo real" y del aznarismo serían, entonces, procesos paralelos. Y la promesa de Zapatero de escuchar a los ciudadanos se presenta como una exigencia que éstos no olvidarán (olvidaremos).

Cuestiones que quizá algún día desarrolle:

1) ¿Por qué todo el mundo se burló de Fukuyama? Sobre todo, teniendo en cuenta que la mayoría de las críticas demuestran que el emitente no ha leído este libro.

2) Otros mecanismos de intento de legitimación en las dictaduras: el castillo de naipes del Estado de derecho franquista (y la bola de plomo de la capacidad suprema del dictador).

Comments welcome, of course.